3 de marzo de 2024

RESUMEN | ¡Socorro! 'Los Muyins' de Elsa Bornemann

 Los Muyins

Este cuento, el tercero del libro Socorro de Elsa Bornemann, presenta un relato enmarcado. 



Te dejo el resumen, a continuación:


***

Cuando Kenzo Kobayashi vivía en Tokyo, todavía no existía la luz eléctrica. Cuando la gente salía de noche, debía hacerlo llevando sus propias linternas, que en realidad eran unos faroles de papel. Se decía que donde vivía Kenzo, en las lomas, de noche había una negrura especial y que por allí se oían unos extraños quejidos. Por esa razón, nadie se atrevía a atravesarlas si no era de día. Kenzo era un niño con una gran imaginación, le encantaban los cuentos de hadas y cualquier historia que le contara su abuela.

Una vez ella le reveló la verdadera razón por la cual nadie salía de noche a las lomas: era por los muyins. Los muyins eran unas criaturas fantásticas de la montaña que cuando bajaban era sólo para asustar a los hombres y burlarse de ellos por medio del terror. También le contó que solían tomar forma humana para engañar a las personas. La abuela le advirtió que jamás cruzara las lomas de noche, pero desde ese día, Kenzo se obsesionó con conocer a los muyins. A medida que el niño crecía, también lo hacía su curiosidad. 

Pasaron los años y cuando Kenzo creía que ya había crecido lo suficiente, decidió mentirle a su mamá y le dijo que al otro día iría a ayudar a su tío Kentaro a trenzar bambúes y que se quedaría a dormir en su casa. La casa de su tío se encontraba pasando las lomas y la mamá no sólo le dio permiso, sino que también le pidió que volviera al día siguiente, ya que no quería que caminara de noche solo. 

Al otro día, Kenzo salió por la tarde y la noche lo sorprendió en las lomas. Prendió su linterna y siguió caminando con apenas un poco de luz. De repente notó unas pisadas ligeras detrás suyo, pero ni bien se dió vuelta los pasos pararon y nunca pudo ver quién andaba detrás suyo. Durante dos o tres fines de semana la historia se repitió: Kenzo le mentía a su mamá y volvía a las lomas de noche. Él sospechaba que la criatura que siempre lo seguía era un muyin, y su curiosidad lo hacía salir nuevamente. 

 Una noche en medio de las lomas y la oscuridad, vió a una joven niña que lloraba frente a un canal de espaldas a él. Desconcertado pero intrigado, se acercó y observó que se trataba de una joven de su misma edad que por su vestimenta, era de una familia adinerada. Kenzo le preguntó varias veces qué le ocurría y por qué lloraba, pero ella no le contestaba. Ante su insistencia, la niña se dio vuelta lentamente, aunque mantenía su cara tapada con la manga de su kimono. Kenzo la alumbró con su linterna y la niña dejó deslizar parte de su manga y el joven pudo ver parte de su frente perfecta y hermosa. 

Como Kenzo seguía suplicándole que le contara que sucedía, la joven finalmente le dijo que no podía contarle porque había hecho una promesa de guardar silencio acerca de lo que le pasaba, pero le confiesa que había sido ella la que lo había seguido todas las veces anteriores. También le dijo que antes no se animaba a hablarle pero que ahora sentía que podían ser amigos. En ese momento, Kenzo se animó a consolarla acariciándole el pelo y la niña finalmente dejó de tapar su rostro… un rostro que no tenía ni cejas, ni pestañas, ni ojos; sin nariz, sin boca ni mentón. Una cara completamente lisa, desde donde partieron unos chillidos que se burlaban del joven y con una carcajada que parecía no tener fin. Kenzo dio un grito y salió corriendo sin su linterna. 

Corrió por la oscuridad muerto de miedo hasta que casi perdió las fuerzas; pero a lo lejos vió luces de varias linternas y siguió corriendo hacia ellas. Cuando llegó, notó que era un campamento de vendedores ambulantes y se dejó caer al piso del cansancio. Todos parecían dormitar de espaldas a él, pero el más viejo le preguntó qué le sucedía. Kenzo no podía explicar lo que había visto. Le preguntaron si estaba lastimado, si lo habían asaltado. El joven explicó que no podía contar lo que le había pasado porque se le congelaba el alma de sólo recordarlo. 

En eso, todos se dieron vuelta al mismo tiempo y comenzaron a reirse con grandes carcajadas y Kenzo pudo ver por un segundo nuevamente la misma cara lisa de la niña, repetida diez o doce veces. Y digo por un segundo porque todas las linternas se apagaron en un instante y el pobre Kenzo quedó horrorizado en medio de la negra oscuridad y el silencio. 

 Está de más decir que los muyins, jamás volvieron a recibir su visita.

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